Jubileo de la Vida Consagrada: Salir para generar futuro 

10.10.2025

Artículo del P. Mario Zanotti – Secretario General de la USG
Tomado de la Agencia de Noticias SIR

El Jubileo interpela profundamente a la vida consagrada, llamada hoy a no encerrarse entre sus propios muros, sino a convertirse en una presencia viva en el mundo. En un tiempo marcado por la injusticia, la soledad y las divisiones, los religiosos y religiosas están llamados a generar diálogo, esperanza y fraternidad: signos proféticos de un Evangelio que se encarna. 

¿Qué representa el Jubileo para un religioso o una religiosa?
Es un tiempo para releer la propia vida, reconocer los signos de la presencia de Dios, redescubrir la alegría de la llamada recibida y renovar el deseo de una vida cada vez más humana, plenamente realizada en el don de sí por amor al mundo.
«Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).

Por eso, los consagrados y consagradas se sienten plenamente involucrados en la construcción de un mundo donde reine la paz y no la violencia, y donde todos encuentren su lugar en el ecosistema del que formamos parte y que nos une en un destino común.

En un mundo donde enormes intereses económicos aplastan la vida de pueblos enteros y generan injusticias indecibles, destrucción de recursos naturales y muerte, nos sentimos llamados a ser promotores de nuevas relaciones: de perdón, inclusión, acogida, justicia y paz entre los pueblos.
No podemos permanecer encerrados en nuestras estructuras como si fueran ciudadelas o fortalezas, intentando preservar una vida "pura", pero sorda al clamor que sube de la tierra al cielo. Ese era, de hecho, el sentido más profundo del Jubileo celebrado cada cincuenta años en Israel: dejar descansar la tierra cultivada para que recupere su fertilidad natural, promover la armonía social y la justicia devolviendo las tierras a sus propietarios originales, liberando a los esclavos y sanando a los enfermos mediante el perdón de sus pecados por parte de Dios. 
Jesús, en la sinagoga de Nazaret (cf. Lc 4,18–19), omite el versículo del profeta Isaías que habla de la venganza de Dios y se proclama a sí mismo como aquel a través del cual se cumple el año de gracia del Señor (cf. Is 61,1–3).

Pero hoy, en este año 2025, ¿quién puede impedir que se cumpla no el año de gracia, sino el día de la venganza? ¿Qué detendrá a una humanidad cegada por el egoísmo y la división, de autodestruirse? Ahora que Cristo ha ascendido al Padre y nos ha dado el Espíritu Santo, somos nosotros —los que creemos en Él— quienes hemos recibido el llamado a ser su presencia viva en el mundo.

Los religiosos y religiosas, en particular, se sienten en primera línea en este "buen combate". Se trata de sentirse responsables de nuestro presente y del futuro de todos.
Se trata de buscar el diálogo entre los pueblos, las culturas y las religiones.
¿Quién mejor que las comunidades religiosas puede ser un laboratorio vivo de integración entre diferentes, una familia multicultural y un signo profético frente a quienes siembran odio hacia quienes vienen de otras tierras, hablan otras lenguas o creen en otro Dios?
El diálogo  interreligioso es una de las urgencias más grandes a las que también está llamada la vida consagrada. Solo así podremos sentirnos verdaderamente una sola familia, que comparte la misma vida humana que todos recibimos cada día del mismo Padre de todos los hermanos —por evocar la encíclica del Papa Francisco.

La vida religiosa es un don recibido del mismo Cristo, no como un privilegio, sino como un servicio más lleno de amor, capaz de transformar y convertir los corazones no con palabras, sino con el ejemplo de una vida fraterna, de oración, de trabajo, de compartir, de respeto, de perdón y de amor. 

No podemos seguir escondidos tras los muros de nuestros conventos ni en nuestra autosuficiencia, porque el mundo necesita la luz de la fe y la esperanza que solo Cristo puede ofrecer. Nosotros, religiosos y religiosas, intentamos cada día abrir nuestro corazón a la Palabra de Dios y nuestra vida a su Santo Espíritu, para que venga y se encarne cada día en nuestras acciones. Entonces, verdaderamente, el mundo verá la luz de la salvación y la tierra volverá a ser fecunda de vida.

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